Un sueño sin jaula:

Parte 2

Esta es la segunda parte de la historia de Jessica. Haga clic aqui para leer la primera parte.

La vida en el albergue: Ciudad Juárez, México.

Cinco meses después.   

Jessica estaba haciendo fila para cenar en el albergue en Ciudad Juárez. Sentía que su vida entera se pasaba esperando en filas: para la comida, para usar el baño, para pedir más jabón, por cualquier cosa médica.

El esperar era el estado de su existencia; estaba tan cansada de esperar que pudiera gritar.  

La familia Molina fue retornada a México bajo la política llamada Protocolos de Protección al Migrante, conocida como MPP (usando sus siglas en ingles), o “Quédate en México”, y esperando su audiencia ante juzgados migratorios estadounidenses mientras vivían en este albergue en Ciudad Juárez con cientos de otros migrantes.  

Ellos habían estado ahí por cinco meses, aunque se sentía como si hubiesen pasado cinco años y cinco minutos al mismo tiempo. El tiempo estaba suspendido; cumplió años y casi ni cuenta se dio. La vida en el albergue era una existencia brumosa, todos los días desenvolviéndose prácticamente igual.  

Jessica y su familia dormían en colchonetas en el piso, uno a lado del otro en un cuarto abierto y de concreto que anteriormente fue bodega. En la noche constantemente había ruido: un bebé llorando, alguien tosiendo o hablando, o un perro ladrando. Jessica se levantaba cada día después de haber dormido muy poco, esperando en fila por el mismo desayuno insípido y ayudando a su mama darle de comer y jugar con los niños.  

La mayoría de las mañanas su papá se iba a buscar trabajo. Ella de vez en cuando atendía “clases” para niños de menor edad, dirigidas por una ONG internacional, que consistían en una clase vaga y en mucha plática con otros niños de su edad. Merodeaba por el albergue, se tomaba siestas cuando podía y ayudaba a su mamá. El día concluía con otra cena insípida que tenía que atragantarse y acostándose apáticamente en su colchoneta.  

En el mejor de los días ella se escapaba del albergue con un grupo de adolescentes. Encontraban la tiendita más cercana y se compraban una sopa ramen en vaso. Se sentaban en las esquinas de la calle mientras platicaban y reían. Jessica apreciaba esos momentos de libertad y breves descansos de la monotonía. 

Esa noche, después de haber cenado con su familia, hubo un taller sobre Conozca sus Derechos con un abogado que ocurría regularmente. El abogado explicaba los derechos de quienes solicitaban asilo en los E.E.U.U., el proceso al que se iban a enfrentar y que esperar en su próxima audiencia. Los papás de Jessica asistieron y Jessica cuido de los niños en el cuarto de atrás.  

Después de la presentación, Jessica vio a sus papás platicando a lo lejos. Su mamá tenía el ceño fruncido y hacía gestos hacia la abogada Tania, de la organización conocida como CLINIC. Era aparente que su mamá quería hablar con ella sobre su próxima audiencia.

Jessica vio a su mamá acercarse a Tania y comenzar a platicar.  

El encierro de COVID: Ciudad Juárez, México.

Seis meses después.  

Jessica se sentó en el piso de la recámara en el hotel, su espalda contra una de las camas, hacia la única ventana por la que entraba luz por la mañana. Julio y Ruth, ambos niños pequeños, estaban jugando con Luis no tan lejos de ella. Su mamá estaba acostada en la cama, su papá senado en una silla por la puerta viendo hacia la nada.  

¿Qué hora era? ¿Qué día de la semana era? Jessica no hubiera podido decir. Sabía que habían estado en ese hotel deslucido por aproximadamente tres semanas.  

“Hotel Filtro,” era como le llamaban al lugar donde migrantes que estaban en albergues y tenían algún familiar que salía COVID positivo. Tenías que quedarte en el hotel hasta que todos los familiares salieran negativos de COVID. Pero los seis Molinas habían resultado positive uno por uno, y su estadía se había gradualmente prolongado.  

En algún momento durante la primera semana la familia había recibido noticia sobre el fallecimiento de la mamá de Angélica, la abuela querida de Jessica. Murió de COVID.

Angelica ya ansiosa y deprimida por su situación, se abatió con la noticia.  

Motivada por las necesidades de los niños más pequeños, Jessica vivía los días de forma mecánica. Muchas veces estaba adormecida por dentro a causa de la monotonía y desolación de su situación, pero de vez en cuando, especialmente en las noches, el duelo y la frustración se apoderaban de ella.  

Se despertaba y encontraba su almohada mojada por sus lágrimas después de haber entrado y salido de sueños con sus amigos, su recamara en su casa y la sonrisa de su abuela.  

La vida desde abril por la pandemia y su cuarentena era casi insoportable. Había estado en cuarentena por meses en el albergue con más migrantes. Las paredes del gran edificio de concreto se sentían como si se estaban colapsando encima de ellos, el espacio haciéndose más chico con el tiempo. El ruido se convertía en algo más molesto, los demás migrantes más odiosos.  

Al principio el Hotel Filtro fue un pequeño respiro, un lugar solo para ellos. Pero estas paredes rápidamente se convirtieron en una prisión también.  

Lo mejor de sus días era cuando llegaba la trabajadora social, Amanda, a ver como estaban. Tocaba la puerta de la recamara del hotel, su voz alegre se escuchaba por la puerta, su sonrisa se veía en sus ojos por encima de su cubrebocas.  

“Buenos díaaass, familia Molina!” 

Ella les compartía noticias de la vida fuera del hotel y les decía que ya pronto se iba a acabar todo esto. Mas allá de prometerlo, ella pintaba imágenes de mejores días por venir. MPP terminaría, la pandemia acabaría, y comenzarían su vida en los Estados Unidos. Se sentían olvidados en ese cuarto de hotel, pero Amanda les hacía sentir que a alguien les importaba — y ella les mantenía viva una pequeña llama de esperanza.  

Por fin libertad: Ciudad Juárez, Chihuahua, México/El Paso, Texas, Estados Unidos.

Seis meses después.

Finalmente estaba ocurriendo: estaban por entrar a los Estados Unidos y hoy era el día que tanto esperaban. El fin de MPP realmente había llegado. En esta ocasión no era un mero rumor. Tania, la abogada que conocieron hace tanto tiempo en el albergue, se los había confirmado. Les había dicho que en diez días iba a ser su turno para cruzar la frontera junto a un grupo de migrantes.  

Jessica apenas podía contener su emoción. Finalmente terminaría: su vida en el albergue, la constante espera, los dolores de espalda por dormir en el piso y la comida tan mala. Podría ir a la escuela de nuevo. Comprar ropa nueva. Quizá podría tener su propia recamara, con una cama.  

La familia pasó por un proceso inicial en el albergue. Se pusieron en fila afuera del albergue junto a otros migrantes, por familia; había un grupo de personas viendo cómo se iban, desde el personal del albergue hasta otros migrantes que aun esperaban su turno. Entre el grupo que se despedían de ellos vieron a Victor, quien conocía a la familia a través de su trabajo con CLINIC.  Él no podía acercarse, pero lleno de emoción les saludaba con la mano.

“¡Adiós, Molinas! ¡Que les vaya bien! ¡Mucha suerte!”   

Horas después, la familia estaba caminando junto a grupo grande de personas sobre el puente que conecta a México con los E.E.U.U. La sonrisa de Jessica era grande; respiró profundo y absorbió la escena.  

Los edificios del otro lado del rio, en el lado de E.E.U.U., brillaban en el sol. Todo se veía maravilloso, bello, y limpio. Los pájaros revoloteaban del otro lado del puente, dando clavados alrededor y por encima de las partes cubiertas del puente, por encima y a través del Rio Grande, que separa ambos países.  

Un sentimiento de libertad expandía por su pecho. Sentía que iba a llorar.  

Fueron procesados y pusieron sus huellas digitales, todo fue algo borroso. Pasaron la noche en un albergue del lado de los E.E.U.U., y luego tomaron un vuelo, el primero para Jessica en su vida, a Atlanta.  

La beca: Indiana, Estados Unidos.

Ocho meses después.

Jessica estaba haciendo su tarea en su computadora cuando sonó su celular. Jimena, la trabajadora social de la escuela le estaba llamando.  

“Hola?”  

“Jessica, ya supiste?! Te dieron la beca!” 

Jessica sonrió a la felicidad que escuchaba en la voz de Jimena. Ella ya sabía que le habían otorgado la beca, había recibido una notificación por correo electrónico un día antes. Emocionada repasó todos los detalles con Jimena, quien le aconsejó sobre los siguientes pasos que debía tomar para completar la documentación e inscribirse en el programa universitario.  

Jessica en su primer día de preparatoria en los E.E.U.U. conoció a Jimena. Jessica inmediatamente fue atraída por Jimena. Ella era joven, de decendencia mexicana, hablaba español y de carácter cálido. Era su trabajo apoyar a los nuevos estudiantes latinos integrarse en el colegio.  

Jessica comenzó clases varios meses después de haber llegado a los E.E.U.U. y de haberse mudado de Atlanta a Indiana para vivir con unas amistades de su mamá. Estaba emocionada de regresar a la escuela después de estar fuera de un salón de clases por varios años. En Nicaragua había sido buena estudiante.  

Sin embargo, las primeras semanas en la gran preparatoria publica fueron muy difíciles. Jessica no entendía lo que sus maestros le decían. No conocía a nadie.  

Jessica estaba abrumada por la velocidad y el ritmo de su vida en los Estados Unidos: el sonido fuerte de la campana en los pasillos de la escuela; la cantidad de tarea que le encargaban; los horarios de trabajo de sus papás y su ausencia en la casa; la constante demanda de las responsabilidades en casa; la complejidad de como andar por esta ciudad tan grande y extensa a la cual se habían mudado.

Aunque aliviada de no estar en el albergue en México, Jessica se sentía sola y nostálgica por su casa. Esto no era lo que ella imaginaba que fuese la vida en los E.E.U.U.  

Jimena, era la luz entre tanta cosa nueva. Jimena era notablemente comprensiva a lo que estaba viviendo Jessica. Ella se convirtió en la porrista y confidente de Jessica. Le mandaba mensajes a Jessica preguntando como le iba en casa y en sus clases, así como para recordarle que hiciera su tarea. Jimena le escuchaba cuando Jessica compartía sus dificultades del pasado y presente.  

Viendo el progreso de Jessica en aprendiendo inglés y en ponerse al día en sus clases; Jimena se dio cuenta que Jessica quien ya tenía 18 años, tenia la oportunidad graduarse en la primavera y quizá hasta ir a la universidad. Le ayudó a Jessica aplicar a becas especiales para la universidad, algunas específicamente para estudiantes latinos. Cuando Jessica obtuvo una entrevista para una de las becas, ambas estaban entusiasmadas.  

El que Jessica pudiera asistir a la universidad se había convertido en un sueño para las dos. Con esta beca, ahora se convertiría en realidad.  

“Jessica, esta es una oportunidad asombrosa para ti. Espero que la tomes. Mientras tanto tienes que mantener tus calificaciones altas,” decía Jimena.  

Jessica le aseguró que sí y colgó el teléfono. Se sentó en su cama e intentó asimilar la noticia – ¡Podría estar yendo a la universidad, en los Estados Unidos! 

La vida aquí en los E.E.U.U. iba mejorando. Aunque seguía teniendo momentos en los cuales añoraba su vida en Nicaragua – sus amigos, su abuela, el clima cálido y el ritmo de vida más tranquilo.  

Pero al ver alrededor de su recámara con esta nueva sensación llena de posibilidades, le entró una ola de agradecimiento. Los Molina se habían mudado a su propia casa que alquilaban, y Jessica tenía su propio cuarto. Había decorado las paredes con luces y fotos de sus amistades nuevas. Ella gozaba el silencio de ese espacio privado.  

Escuchó a su mamá y papá pasar por afuera de su cuarto. El sonido de sus pasos incitó un golpe de realidad.

Seguía habiendo un gran obstáculo para poder ir a la universidad: su caso de asilo seguía pendiente.  

La familia Molina comenzaba a establecerse en los Estados Unidos y la mamá de Jessica estaba esperando otro bebé. Mientras se afianzaba en esa nueva sensación de estabilidad y seguridad, seguía consciente que aún estaba en la espera, todavía a merced de otros poderes que determinarían si podían quedarse o tendrían que irse.  

Los sueños toman vuelo. Indiana, Estados Unidos.

Tres meses después.

En la cocina del primer piso antes de clases, sonó el teléfono de Jessica y antes de que contestara – el nombre del asistente legal, David, del despacho de abogados apareció en la pantalla.  

Antes de que la familia Molina cruzada a los Estados Unidos, CLINIC logró obtener representación legal pro bono con un despacho de abogados que tomó su caso de asilo. Para comunicarse con la familia los abogados pro bono siempre llamaban al teléfono de Jessica ya que era la más fiable en contestar.

“Jessica, es David. Escucha, tengo buenas noticias: recibimos la decisión de tu ultima audiencia. ¡El juez les otorgo asilo a todos!”  

Por poco se le cae el teléfono a Jessica.

“De verdad?” preguntó sin aliento.  

Unos minutos después puso el teléfono a un lado. Eso fue todo — se podían quedar en los Estados Unidos. La espera había terminado.  

Lentamente la felicidad le llegaba a Jessica. Después de tanto tiempo de no saber que pasaría con ellos, después de audiencia tras audiencia ya estando en los E.E.U.U. fue difícil creer que la realidad de un proceso legal tan largo había terminado; que su destino estaba claro – podían quedarse, vivir seguros, en los Estados Unidos.  

No aguantaba decirles a sus papás. De todos, el viaje había sido más duro para Angélica, quien fue profundamente afectada por el trauma que enfrentaron. Jessica se imaginaba el alivio que se reflejaría en la cara de su mamá, como el cansancio que cargaba su cuerpo podría lentamente disipar con el tiempo. Podía visualizar la – apagada, pero real - felicidad de su papá, una nueva luz en sus ojos, sus pasos mas rápidos.  

Durante los últimos años cualquier esperanza que florecía en la mente de Jessica sobre lo que podría ser en el futuro había sido arrancado con cada contratiempo y atraso desde haberse ido de Nicaragua hace tres años. Se desacostumbró a dejarse pensar mucho sobre el futuro, apenar de haber recibido la beca para la cual había trabajado tanto; tentativamente mantenía el sueño de ir a la universidad, lista para dejar el sueño ir.  

Pero ahora estaba en la mesa de la cocina permitiendo la entrada de visiones de lo que podría ser a su mente, para ella y su familia. Ella podría ir a la Universidad, quizá cumplir su sueño de estudiar medicina. Sus hermanos no sabían lo que es hambre o necesidad. Su mamá podrá sentirse segura nuevamente. Su papá será liberado de preocupaciones y bromearía y reiría como lo hacía antes.  

Alegría llenaba su pecho; estos sueños — son bellos.  

Esta historia fue escrita por Kathleen Kollman Birch, de CLINIC, a través de entrevistas con Jessica. Fue traducida al español por Tania Guerrero, de CLINIC. CLINIC desea expresar su profundo agradecimiento a Jessica y su familia por compartir su historia.  

CLINIC está tremendamente agradecido con Benjamin Osorio y el equipo de Murray & Osorio por su valentía y sus esfuerzos incansables en representar y orientar a tantas familias bajo MPP. Su trabajo cambia vidas.  

Por último, deseamos expresar nuestro agradecimiento a Michelle Garcia, la artista detrás de muchas de las ilustraciones que acompañan esta historia. Michelle Garcia es ilustradora, diseñadora, primera generación estadounidense y latina. Vea mas de su trabajo aquí.  

* Los nombres de todos los personajes — excepto del personal de CLINIC — ha sido cambiada con el propósito de proteger su privacidad.  

CLINIC defiende políticas migratorias justas. Su red de organizaciones sin fines de lucro enfocadas en inmigración es la más grande del país con más de 450 organizaciones en 49 estados y el Distrito de Columbia.