Un sueño sin jaula:

Parte I

Partida: Primavera 2019, Nicaragua 

Era la media noche, pero Jessica Molina* de 14 años estaba completamente vestida, sentada en su cama en la oscuridad. A su lado estaba una pequeña bolsa donde había empacado algunas cosas: tres mudas de ropa, algo de comida y un par de fotos familiares. Estaba quieta, escuchando atentamente ruidos fuera de su recámara, así como un llamado a la puerta dejándole saber que era hora de irse. Tenía el eco de su corazón palpitando en sus oídos.  

Su papá entreabrió la puerta y susurró, “vámonos, Jessica.”  

Salieron al pasillo y en luz tenue vio a su mamá, Angélica, quien la jalo hacia ella para darle un abrazo.  

Jessica metió su cabeza debajo de la barbilla de su mamá y respiro su olor reconfortante. Parpadeó para contener las lágrimas.  

“Le veo pronto, mami. ¿Verdad?” susurró Jessica.  

“Sí, mi amor,” respondió su mamá mientras le acariciaba el cabello. “Pronto. Ahora necesita ir con su papá para agarrar el autobús. Yo le digo a la abuela que se despidió de ella.”  

Angélica le besó a Jessica en la mejilla y la soltó. Unos minutos después Jessica y Daniel salieron de la casa. Jessica miró hacia atrás, a la casa en la que creció. Las ventanas no estaban iluminadas. Se movían por las calles oscuras de su pueblo en un silencio inquietante.  

En la estación, se reunieron con unos queridos amigos de la familia, Señor Álvarez y sus dos hijos:  

Marielena, de apenas 6 años, y Raúl de 19. La familia Álvarez también salía de Nicaragua para los Estados Unidos y estaban enviando a tres por delante, así como Jessica estaba yendo con su papá primero.   

Al llegar el autobús juntos abordaron y Marielena con sueño se sentó a un lado de Jessica y puso su cabeza en su regazo. Cuando el autobús salió de la ciudad, las lágrimas que Jessica había contenido cayeron sobre sus mejillas.  

Solo ayer había estado en el colegio riéndose con sus amigos, alistándose para ir a una excursión escolar, para ir a un partido de futbol en un pueblo aledaño.

Anoche llegó a su casa y encontró a sus papás teniendo una tensa conversación. La sentaron junto a ellos y le platicaron que su papá se la iba a llevar con él a los E.E.U.U., donde estarían a salvo y que se iban esa misma noche.

Su mamá y hermanos los alcanzarían después.   

Le dijeron que no podría decirles a sus amigos o al resto de la familia. Su papá estaba huyendo de las amenazas contra su vida por oponerse el partido político en poder. Su salida necesitaba ser un secreto.

Jessica visualizó a su abuela materna, quien ayudo a criarla. Su cálida sonrisa y voz, el aroma de rica comida casera siempre impregnada en su ropa. ¿La volvería a ver? Visualizó a sus amigos dormidos en sus camas, quienes irían a la excursión escolar sin ella y se preguntarían dónde estaba.

Visualizó a sus hermanos pequeños, quienes despertarían y no la encontraran.  

Jessica descansó su cabeza en la ventana y cerró sus ojos en un intento de apagar las imágenes que corrían por su mente de todo lo que dejaron atrás.  

El Secuestro: Chiapas, México

Varias semanas después  

Daniel, Jessica y Raúl salieron del centro de detención por la tarde junto con un grupo grande y ruidoso de migrantes hondureños y guatemaltecos que iban hacia el norte. Los tres se pararon afuera del grande edificio de piedra mientras lograban orientarse. No tardaba en anochecer. ¿A dónde irían?  

Desde que fueron detenidos por oficiales de migración en México cuando cruzaron la frontera entre Guatemala y México estuvieron en una estación migratoria en México aproximadamente por 10 días. Estaban siendo puestos en libertad simplemente por el hacinamiento del lugar.  

Fue una experiencia miserable: el ruido de lugares con mucha gente, el hambre y comida podrida, el miedo de otros detenidos que hacía que Jessica se agarrara de su papá. Su cuerpo le dolía por dormir sobre el piso duro.  

El señor Álvarez y Marielena regresaron a Nicaragua antes de llegar a México, por razones no completamente claras para Jessica, pero Raúl continuó el viaje con ellos. Durante el viaje en autobús que los llevo a México y también en detención, el reír y platicar con él fue realmente reconfortante para Jessica.  

Se estaba oscureciendo y Jessica veía a su papá hablar con otros migrantes a su alrededor. Regreso y les dijo que sabía dónde comprar boletos de autobús para continuar el viaje.  

Horas después, estaban en un autobús yendo hacia otra ciudad mexicana donde esperaban encontrar albergue y la posibilidad de seguir adelante. Jessica se sentó en la ventana a un lado de Raúl, mientras su papá iba sentado en la fila de atrás. Se durmió en el autobús, estaba exhausta de tantas trasnochadas.  

 Las horas pasaron.  

 Cuando de repente el autobús paro. Jessica abrió los ojos y volteó a ver su alrededor.

“Papi? ¿Qué pasa?”  

Las puertas del autobús se abrieron y escucharon las pisadas de varias personas que se subieron. Un grupo de jóvenes aparecieron en el pasillo, al verlos Jessica sintió escalofríos: tatuados, fuertes, sin expresión alguna. Dio un grito ahogado y su corazón comenzó a latir fuerte. Uno de ellos cargaba una pistola. Su papá la alcanzó por el espacio entre los asientos y le apretó fuerte el brazo. 

“Cállese,” le susurró.  

Los hombres pasaron por el pasillo viendo a los pasajeros. Jessica mantuvo su mirada hacia abajo. De repente, uno de los hombres agarró a Raúl del brazo. Jessica escuchó la inhalación brusca de su padre. Su corazón latía violentamente, nunca había sentido tanto miedo.  

“Vienes con nosotros,” le ladro a Raúl uno de los hombres. Raúl empezó a protestar, pero se detuvo al estar consciente de la proximidad de la pistola del hombre.  

Jessica volteó la cabeza buscando a su papá. La cara de Daniel estaba repleta de temor e ira. Mientras jalaban a Raúl de su asiento, Daniel se movía como si fuera a levantarse y abrió la boca para gritar, pero se detuvo, se paralizó.  

Él sabía quiénes eran esos hombres; miembros del despiadado cartel Los Zetas. Si protestaba era posible que explotara a una violenta escena poniendo a Jessica y demás pasajeros en riesgo.  

Jessica y su padre veían por la ventana en terror como se llevaban a Raúl del autobús.  

“No Raúl…” murmuro Daniel con su cara pegada contra el vidrio de la ventana. Jessica llorando en silencio. Los puños de su padre están apretados y estaba temblando del coraje. Jessica se deslizó al asiento a un lado de papá.  

Eventualmente, el autobús avanzó y continuó su camino. Jessica quería gritar, protestar porque no se podían ir sin Raúl.  

“Papi, que vamos a hacer?” murmuró Jessica entre lágrimas.  

Daniel la jalo hacia él. “No se aleje de mí. Nos quedaremos en Chiapas y vamos a mandar por su mamá y hermanos para que nos alcancen aquí. No puedo dejarlos viajar hacia el norte solos. Esperaremos y buscaremos a Raúl. Lo encontraremos. Debemos hacerlo.” 

Cruzando la frontera: Ciudad Juárez, México

6 meses después 

En su recámara en el hotel en la ciudad fronteriza de Juárez, Jessica ayudo a su mamá vestir a sus tres hermanos menores: Luis de 7 años, Ruth de 2 años y Julio de 10 meses.

Sus dedos temblaban mientras les abotonaba la ropa, los nervios gorgoreaban en su estómago. Hoy es el día que finalmente iban a cruzar a los Estados Unidos.  

Habían esperado este día por lo que se sentía como una eternidad. Después de que Jessica y Daniel llegaron a la ciudad de Tapachula en México, encontraron un lugar donde quedarse junto con otras familias migrantes.

El lugar fue ofrecido por un amable desconocido. Después de un mes de quedarse en Tapachula, Angélica y sus hijos se reunieron con ellos, después de su propio tormentoso y tráumate viaje a través de Honduras y Nicaragua.

La reunión fue alegre, un momento de luz en medio año de dificultades.  

La familia deseaba salir para la frontera E.E.U.U./México después de haberse reunido, pero varios obstáculos se presentaron incluyendo dificultades económicas y una grave enfermedad del bebe Julio.

Su búsqueda para encontrar a Raúl no dio frutos, creando mucha angustia. Después de 6 meses, obtuvieron apoyo económico por parte de un programa de la ONU para migrantes que finalmente les ayudó viajar al norte.  

Ahora que llegaron a la frontera de E.E.U.U. su plan era sencillo; cruzar un tramo de tierra que conecta a dos países y entregarse a agentes fronterizos estadounidenses.

Luego, solicitarian Asilo. Otros migrantes que ya se habían presentado les habían dicho que la parte más complicada es evitar los oficiales de migración mexicana, quienes patrullan el tramo de tierra en búsqueda de migrantes.   

A mediodía, la familia llegó al lugar donde cruzarían. En el camino, Angélica le repetía las instrucciones a Jessica.  

“Seguís corriendo hasta llegar con los agentes fronterizos de E.E.U.U. sin importar que pase. Quien llegue al otro lado llega. No deje de correr aunque vea que nos detienen.”  

Las instrucciones alertaron los nervios de Jessica. Vio a su madre y noto su expresión seria que iba con el tono en que le habló. No podía imaginarse dejando a su familia detrás, pero asintió con la cabeza.  

Llegaron al cruce y de repente le dijeron a Jessica que empiece a correr. Su mamá cargaba a Ruth, su papá cargaba a julio, él bebe y ella corría junto con su hermano, Luis.  

Era un tramo más largo de lo que anticipaba. Subió el cerro corriendo, jadeando. Luego bajo una pendiente pronunciada. Ella y Luis estaban por delante de los demás.  

Jessica escucho un grito y volteo rápidamente. Su mamá se había caído, cargando a Ruth. Sin pensarlo dos veces, Jessica regreso a ayudarles. Mientras Angélica se paraba, Jessica cargo a Ruth y continuo a bajar la pendiente. Ruth estaba llorando a gritos y tenía su cara sangrienta, había caído en suelo.  

“Siga corriendo!” gritaba Angélica.  

Ruth rebotaba dolorosamente sobre la cadera de Jessica mientras corría. Jessica agarro a su hermana tan fuerte que rompió sus uñas y sangraron.  

Ya podía ver a los agentes fronterizos estadounidenses, ya casi llegaba. Los oficiales de migración mexicanos ya no se veían. La familia, uno por uno, sin aliento llego. El corazón de Jessica latía fuerte mientras soltaba a Ruth y veía a sus papás hablando con los oficiales de migración. 

Fueron llevados a unas carpas donde se les dio agua y un lugar donde sentarse. Un médico se acercó y atendió las heridas en la cara de Ruth y la mano de Jessica.  

Un poco después Jessica vio a su mamá proporcionarle el número de teléfono de uno de sus familiares más cercanos en los E.E.U.U. a un oficial de migración. Era el cuñado de su mamá, quien vivía en Atlanta. Jessica tenía a Ruth en su regazo, sintiendo alivio y agotamiento latente cayendo encima de ella. Los estaban protegiendo.

Ahora, quizá, podrían descansar después de tanto tiempo en tensa espera. 

La hielera: otoño 2019

2 días después  

Jessica, Angélica y sus tres pequeños hijos estaban encuclillas en el piso de concreto de un cuarto cuadrado sin ventanas.

Todos estaban temblando, hacia frio, estaba helado. Jessica tenia a Ruth de 2 años, quien lloraba. Angélica tenia a Julio y Luis se acurruco a un lado de su mamá, aferrándose a ella para lograr calentarse. Estaban rodeados de otras mujeres y niños quienes se sentaban en grupos en el suelo o en bancas metálicas.  

Era su tercer día en la temida hielera; así se le conoce entre los migrantes ya que los centros de detención donde ponen a los migrantes mientras son procesados por autoridades migratorias son helados.  

“Mami, tengo hambre,” decía Ruth entre llanto y Angélica le decía que no con la cabeza. “Pronto mi amor. Pronto traerán la comida.”

Pero Ruth había rechazado la comida las últimas dos veces que habían traído. Era comida desconocida y sabia mal. Los demás, hambrientos, se la habían comido pero la pequeña Ruth se rehusó a comer.  

Los últimos dos días fueron una pesadilla. Los labios de Ruth y Julio se hincharon, se cuartearon y sangraron por el frio. Ambos lloraban descontroladamente. Las luces fluorescentes en el cuarto nunca se apagaban. No habían logrado dormir bien. El constante ruido de las demás mujeres y niños era enloquecedor.

Pero a pesar de todo la esperanza animaba a Jessica y Angélica. Pronto los dejaran en libertad, reunirán con Daniel, quien estaba separado en otro centro de detención e irían en camino a Atlanta. El viaje ya casi terminaba.  

“Molina!” llamo un guardia. Jessica siguió a su mamá y hermanos hacia donde estaba el guardia. El guardia los llevo por la puerta. ¿Acaso esto era el final – finalmente podrán irse? 

“Aquí están sus papeles y objetos personales.”

El guardia les entrego un paquete.

“Se subirán en el próximo autobús a México.”  

“Que?!” La cara de Angélica se puso blanca. Jessica sintió que le habían sacado el aire. No – esto no podría estar ocurriendo.  

Esta historia fue escrita por Kathleen Kollman Birch, de CLINIC, a través de entrevistas con Jessica. Fue traducida al español por Tania Guerrero, de CLINIC. CLINIC desea expresar su profundo agradecimiento a Jessica y su familia por compartir su historia.  

CLINIC está tremendamente agradecido con Benjamin Osorio y el equipo de Murray & Osorio por su valentía y sus esfuerzos incansables en representar y orientar a tantas familias bajo MPP. Su trabajo cambia vidas.  

Por último, deseamos expresar nuestro agradecimiento a Michelle Garcia, la artista detrás de muchas de las ilustraciones que acompañan esta historia. Michelle Garcia es ilustradora, diseñadora, primera generación estadounidense y latina. Vea mas de su trabajo aquí.  

* Los nombres de todos los personajes — excepto del personal de CLINIC — ha sido cambiada con el propósito de proteger su privacidad.  

CLINIC defiende políticas migratorias justas. Su red de organizaciones sin fines de lucro enfocadas en inmigración es la más grande del país con más de 450 organizaciones en 49 estados y el Distrito de Columbia.